- La guerra en Oriente Medio provocó inmediatamente, apenas tres meses después de su inicio, la acusación de genocidio contra la única democracia de la región, Israel, objeto de un feroz ataque contra su población el 7 de octubre de 2023. A continuación, razonamos sobre los significados del término y sus implicaciones futuras para el estado judío.
*Andrea Guidugli
La Spezia, Italia.- La elección de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos ha suscitado comentarios de prensa y políticos sobre los dos principales conflictos de alta intensidad en curso en los últimos dos años, los más peligrosos y también sangrientos. Ucrania y Palestina. Muchos de los que ven positivamente la elección del “magnate” americano piensan o esperan que pueda poner fin a las dos guerras. Para quienes lo ven como una catástrofe global, en realidad no hay muchos cambios. Guerra antes, guerra después. Pero, mientras el mundo entero se ve obligado a enfrentar un creciente y violento antisemitismo (los hechos de Ámsterdam son un ejemplo iluminante), el Papa le hecha algo de gasolina al incendio con su nuevo libro “La esperanza nunca decepciona”. Una sola línea del libro se ha convertido inmediatamente en el tema de los titulares de primera página en los diarios de todo el mundo. El pontífice, en lo que es su trabajo, sugiere que debe ser investigado el presumido genocidio cometido por Israel sobre los palestinos en Gaza. Pero vamos con orden.
¿Qué y cuántas otras guerras hay en el mundo?
Mientras tanto, es decir, en los últimos dos años, todos los demás conflictos ciertamente han pasado a las páginas interiores de los periódicos, si no olvidados, en las noticias de la televisión. Hay 56 conflictos activos en el mundo, la cifra más alta jamás registrada desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cifra que surge de la edición 2024 del Índice de Paz Global, publicado en junio de este año. ¿Sabías que Haití, Brasil, Colombia, México y Honduras se encuentran en los primeros lugares? Pero también Myanmar y Sudán, y nuevamente India y Pakistán (en una beligerancia oculta desde la caída del Imperio Británico).
¿Quién sabe, por ejemplo, qué está pasando actualmente en Siria o Yemen? Ya no hablamos de Siria, por ejemplo. Años de asedios, cientos de miles de muertos, muchos de ellos por hambre y sed, barrios enteros desaparecidos, ciudades arrasadas, deportaciones y asesinatos de etnias, cristianos, sunitas, yacidas, diásporas de poblaciones que presionaron y luego “invadieron” a Turquía, a la que Europa paga generosamente para mantener a los refugiados en su casa, sin permitirles filtrarse en los países limítrofes donde tendrían fácil acceso a la Comunidad Europea. En el mundo occidental existe una profunda y constante negación de lo ocurrido en Siria. Primero se negó la “revolución siria”, y ahora se niega lo que es en todos los aspectos el genocidio de un pueblo o de varios pueblos.
Una indiferencia resultante de la emergencia terrorista, de la ideología que une el radicalismo de derecha e izquierda en el antiamericanismo, de la teología de la geopolítica soviética según la cual Moscú y sus aliados árabes siempre tienen razón. Así hemos llegado al punto de no ver las masacres. Ciertamente no hubo manifestaciones callejeras en Europa o en las universidades americanas de la “Ivy League”, la izquierda italiana, por ejemplo, siempre dispuesta a manifestarse por casi cualquier cosa, no le ha dado alguna importancia a esta tragedia. Si utilizamos los motores de búsqueda, los nombres de Irak, Libia y Etiopía todavía aparecen en los ordenadores y en los medios de comunicación. Desde hace varias décadas, Somalia ya no es un país, igualmente a lo que pasa en Libia ahora, donde se enfrentan bandas armadas que circulan en sus furgonetas armadas con ametralladoras y donde las poblaciones ciertamente no pueden vivir una vida normal, entre ataques, enfrentamientos y asesinatos.
Si nos trasladamos al continente americano, nos encontramos a Colombia, que tras una falsa paz con las organizaciones narcoterroristas sólo ha limpiado la imagen de un gran número de criminales, pero el país todavía no es seguro y no se puede definir en paz. En noviembre de 2022, el presidente Petro sancionó la Ley 2272 que define la política de Paz Total, que prioriza el inicio de diálogos y negociaciones con el ELN, FARC-EMC, Segunda Marquetalia y bandas criminales. Lo anterior muestra la importancia y voluntad del gobierno para lograr distintos diálogos que ayuden a fortalecer la pacificación y transformación de los territorios. Sin embargo, se ha observado que, del discurso a la práctica, la ejecución de la política es mucho más complicada de lo que parece.
En Europa nadie habla de la situación colombiana. Exactamente como de México, que a pesar de ser uno de los paraderos más reconocidos del mundo para el turismo, es uno de los países considerados en guerra. Es una guerra diferente a las demás, podemos definirla de bajo nivel, entre el gobierno y los cárteles de la droga, si no fuera porque miles de muertos, generalmente masacrados, derraman sangre en las calles del país centroamericano. Todo lo anterior, que hemos reducido al mínimo por razones de espacio, es un gran caldo de cultivo para crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidio. Y es precisamente del crimen de genocidio del que queremos hablar en este artículo.
Es fácil decir genocidio, pero a menudo está equivocado
En enero de este año, después de sólo tres meses de intensos bombardeos y operaciones militares de altísima intensidad, Israel ya comenzaba a ser acusado de un genocidio feroz perpetrado contra la población palestina, mientras que la invasión rusa de Ucrania ya había acalorado el debate sobre la definición y las condiciones por acusar al presidente ruso de genocidio. “Cada día se hace más evidente que Putin está tratando de barrer incluso la idea misma de que podemos ser ucranianos”, dijo el presidente estadounidense Joe Biden, quizás exagerando un poco, el 12 de abril 2024. Mientras tanto, Putin ha rechazado estos cargos y la Corte Internacional de Justicia aún tiene que pronunciarse sobre si la invasión rusa de Ucrania fue un acto de genocidio según la definición legal del término.
Genocidio es una palabra nueva, creada cuando la historia ya estaba llena de genocidios. Ho sido un judío polaco, Raphael Lemkin, que ya había estudiado la masacre de armenios en el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial y que había perdido a cuarenta y nueve miembros de su familia durante la Segunda, a inventarse el neologismo combinando un término griego, ghénos (raza, linaje), con un sufijo latino, cidium (de caedere, cortar, matar). Sin embargo, el significado que debía darse a esta nueva palabra fue inmediatamente debatido y evidentemente se presta a un buen número de interpretaciones. La “Convención para la prevención y la represión del delito de genocidio”, adoptada por unanimidad por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948, establece en su artículo 2 que “genocidio significa actos y acciones cometidos con el propósito de destruir, total o parcialmente parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso, y que enumeramos aquí exactamente como lo define la ONU:
a) Asesinato de miembros del grupo;
b) Lesiones graves a la integridad física o psíquica de los miembros del grupo;
c) Someter deliberadamente al grupo a condiciones de vida destinadas a provocar su destrucción física, total o parcial;
d) Medidas encaminadas a prevenir los nacimientos dentro del grupo;
e) Traslado forzoso de niños de un grupo a otro”.
Los elementos fundamentales cuya presencia califica el delito de genocidio son:
• La intención o planificación de la eliminación del grupo humano objetivo;
• El Estado como agente organizador de dicha planificación;
• Uno o más actos criminales dirigidos contra personas como miembros de un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
Todos los diferentes tipos de crímenes enumerados son genocidio cuando existe la intención de destruir y eliminar. En la Alemania nazi, por ejemplo, el deseo de exterminio estuvo claro desde el principio y se confirmó en la famosa “solución final”. Obviamente, esta voluntad no se expresa o se oculta, se niega y siempre se desmiente decididamente, porque la eliminación indiscriminada de un grupo entero se percibe con razón como el apogeo de la espiral de violencia criminal.
En el genocidio, entendido como destrucción, existe también el intento de eliminar no sólo a la población sino también su memoria cultural. A menudo continúa después de la masacre, para eliminar a la víctima del crimen, primero de la faz de la tierra y luego de la memoria colectiva. El grupo por eliminar suele identificarse primero por “lo que hace”, luego se le atribuye una connotación negativa, a menudo criminal por lo que es o lo que representa, tras lo cual se elimina el concepto de peligro para sus valores, su cultura, su religión, seguridad, etnicidad. Finalmente, segregación y luego eliminación.
Legalmente, el genocidio es diferente de los crímenes de guerra, que tienen lugar exclusivamente en el contexto de un conflicto armado e incluyen asesinatos, toma de rehenes y acciones que causan trauma o muerte. Sin embargo, los crímenes contra la humanidad también pueden ocurrir en tiempos de paz e incluyen asesinato, esclavitud y persecución basada en factores como el género, el origen étnico o la religión. Pero, aunque todos estos crímenes pueden involucrar a un número muy grande de personas, sólo podemos hablar de genocidio si están dirigidos contra grupos específicos de personas con la intención de “destruirlas total o parcialmente”. Dado que el genocidio es difícil de procesar, la comunidad internacional tiende a acusar a individuos de otros crímenes.
El siglo de los genocidios
El siglo XX ha sido llamado, entre otras definiciones que seguramente tendrá, “el siglo del genocidio” y generalmente se considera como un período en el que la violencia, el exterminio masivo y la guerra alcanzaron niveles sin precedentes. En el contexto de la distinción entre el concepto de guerra (bilateral – se reconocen dos entidades combatientes) y el de genocidio (unilateral – un agresor y una víctima se distinguen por su naturaleza), las guerras coloniales fueron también un ejemplo de micro genocidios a menudo desconocido para el gran público. Los portugueses en Mozambique, los ingleses en casi todas partes, los alemanes en África occidental, los franceses en Costa de Marfil, los belgas en el Congo, los nativos de América. El comportamiento de los colonizadores estuvo influenciado por formas de racismo generalizado, justificadas tanto moral como científicamente por doctrinas y teorías de las razas humanas. Estas doctrinas han alimentado la idea de una misión colonizadora de un hombre superior, destinado por leyes naturales a subyugar y sustituir a las razas inferiores.
La resonancia que han tenido algunos grandes acontecimientos históricos ha hecho que éstos hayan oscurecido otros episodios que, inevitablemente, han pasado a ser menos conocidos y este es el destino de muchas historias de genocidio que han atraído menos interés público y político. Lamentablemente, la historia mundial está llena de episodios trágicos en los que personas, grupos étnicos y minorías fueron exterminados por un opresor, un vecino o incluso un conviviente de un grupo étnico diferente.
El Holocausto es reconocido como un fenómeno único en la historia (especialmente porque todos los elementos que caracterizan el genocidio están presentes simultáneamente y en forma extrema). Así que no hablaremos más de ello.
Entre Europa y Asia se produjo el gran genocidio armenio perpetrado por el gobierno turco durante la Primera Guerra Mundial, nunca reconocido, es uno de los temas que más molesta al gobierno de Anatolia e impide a Turquía unirse a la Comunidad Europea.
A finales del siglo pasado en Bosnia-Herzegovina las tropas serbias de Bosnia deportaron y masacraron a parte de la población. Murieron 8.000 personas, en su mayoría hombres y niños. Esta masacre fue definida como genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia en 2004.
El peor genocidio africano tuvo lugar en Ruanda. Esto también fue perpetrado por milicias y bandas Hutu contra la minoría Tutsi, a finales del siglo pasado. Las víctimas fueron alrededor de un millón, asesinadas bárbaramente con machetes. El Tribunal Penal Internacional para Ruanda condenó al ex primer ministro de Ruanda, Kambanda, a cadena perpetua en mayo de 1998 por haber cometido y confesado públicamente el crimen de genocidio. Fue la primera condena por genocidio jamás dictada a una persona.
En la década de 1970, Camboya sufrió un terrible exterminio organizado por los Jemeres Rojos apoyados y armados por China. De una población total de siete millones y medio de habitantes fueron masacradas o asesinadas en los llamados campos de reeducación aproximadamente dos millones. Sólo veinte años después la ONU mencionó la palabra genocidio.
En 2003, estalló un conflicto en Darfur entre el gobierno de Sudán y los rebeldes de Darfur. Los orígenes del conflicto se remontan a factores económicos, como la posesión de tierras, y también a rivalidades tribales que enfrentaban a pastores y agricultores árabes nómadas por un lado y a criadores asentados por el otro, además de la religión, musulmanes contra cristianos. Las acciones violentas han causado al menos 400.000 muertos y aproximadamente dos millones de desplazados.
¿Es este el caso de Israel con respecto a Gaza?
Así que podríamos decir que en enero de 2024 era, en primer lugar, prematuro establecer si Israel realmente tenía la intención de destruir al pueblo palestino, también porque, además de las armas, existen formas y métodos más sutiles o feroces. Por lo tanto, se puede decir que las intenciones de las denuncias fueron y son ciertamente buenas, pero también utilizadas de manera inapropiada. Negar que Israel quiera cometer genocidio en Gaza no significa que esa intención no exista, más o menos explícitamente, pero la respuesta a la pregunta no es inequívoca, ciertamente la reacción más avalorada refleja más las reacciones emocionales del momento, de las plazas y de las calles, de las jerarquías, qué un análisis claro de los hechos.
En más de 12 meses de esta trágica masacre diaria, Israel ha logrado el terrible resultado de destruir la débil solidaridad (que generalmente, como en el caso del 7 de octubre, dura aproximadamente tres días, no más) de la opinión pública y de buena parte la del “establishment mundial”. Incluso si Israel quisiera, no puede y sabe que no puede hacerlo: así que ni siquiera lo intenta. Sin duda, el riesgo temido podría materializarse, incluso más allá de las intenciones iniciales, si el conflicto se prolongara durante mucho tiempo.
La intención declarada de las operaciones militares que siguieron a las injustificables masacres del 7 de octubre es destruir la red terrorista Hamás, como parte de una represalia más amplia que, como era de esperar (inaceptablemente) ha involucrado a la población civil, y que, en todo caso, podría atribuirse a ese tipo de genocidios punitivos cuya verdadera naturaleza genocida, como ha pasado en otras oportunidades, es generalmente descartada por los estudiosos. La terrible realidad no cambia: las ya cuarenta mil muertes palestinas son una cifra demasiado elevada, que en cualquier caso es declarada sólo por una de las dos partes. De hecho, las confirmaciones de las distintas agencias como la UNRWA (9 miembros despedidos por haber participado en la masacre del 7 de octubre), valen lo que valen. El número de muertos en Gaza no está certificado, ya que la fuente, inverificable, es siempre y solo la del Ministerio de Salud de Gaza.
La ONU abiertamente alineada a favor de la causa palestina ha tartamudeado mucho, sobre una cuarta parte de los cuarenta mil muertos que en fin serian quizás unos 8.200. La terrible realidad no cambia ni siquiera ante el desastre humanitario, que persiste, y obviamente es completamente legítimo condenar los excesos y pedir su cese, pero hablar de genocidio sólo sirve para confundir los términos de la cuestión. Es una manera de intensificar el significado semántico de las palabras en un sentido peyorativo, de añadir más execrabilidad, más horror a lo que está sucediendo: un libro de frases influenciado ideológicamente, no descriptivo sino combativo, que produce el efecto de alimentar las divisiones y que entorpecen posibles acciones. encaminadas concretamente a resolver el conflicto.
El caso llegó a la Corte Internacional de Justicia de La Haya ya en mayo
Desde un punto de vista jurídico, aún no se sabe qué decidirá la Corte Internacional de Justicia de La Haya, ante la cual Sudáfrica ha presentado una solicitud de condena, aunque, a la luz de las sentencias dictadas hasta ahora y a pesar de los informes cada vez más difundidos entre juristas, organizaciones internacionales y periodistas de investigación, la trayectoria de la futura sentencia parece bastante clara para algunos analistas alineados con la parte palestina, pero pasarán años antes de que el tribunal de La Haya emita su veredicto.
El conflicto no ha terminado, los testimonios y pruebas deben ser examinados y confirmados y los abogados harán el trabajo para el que estudiaron. Técnicamente, la ONU sólo puede procesar el crimen de genocidio cuando una nación involucrada no ha cumplido con sus obligaciones de procesar el crimen. Por lo tanto, también debido a la baja popularidad de la que goza el primer ministro Netanyahu, que podría incluso perder las próximas elecciones de 2026, él mismo podría encontrarse en el banquillo de los acusados en su país. Algunos juristas expertos sostienen que la definición de “genocidio”, aunque muy precisa, no es suficiente y como siempre es difícil de probar, es raro que los investigadores consigan finalmente sacar a la luz rápidamente los casos incriminados.
A ver bien en realidad, la sangre de los pobres civiles palestinos, que nunca han podido refugiarse en los famosos túneles, ha sido utilizada, exactamente como los hospitales y las escuelas, sólo para la guerra; esos lugares y la población sirvieron de escudo a los combatientes de Hamas y para despertar la solidaridad y el apoyo de prensa, políticos y movimientos que así tienen motivos para gritar “Palestina libre”. ¿Al final esta última exhortación del Papa tiene una razón concreta de ser? ¡Dejo la pregunta abierta!
El profesor Robert Wistrich, posiblemente el mayor historiador de antisemitismo ha bien explicado la inversión del Holocausto, simplemente lo que convierte a los judíos en los nuevos nazis y los palestinos en los nuevos judíos, es un camino nacido con la Guerra Fría y que perdura hasta el día de hoy. Es trágico que la Iglesia Católica y su Papa más controvertido de siempre haya emprendido el camino indicado en el libro.
Ciertamente, en este eterno conflicto entre palestinos y judíos, como escribieron Kupfer y Thomas de Waal ya en 2014, las acusaciones de genocidio se utilizan indebidamente como “un arma de retórica política”, mientras que “la palabra genocidio”, paradójicamente, “se ha desprendido de su formulación jurídica original” y se ha convertido ella misma en un arma de guerra.
*Andrea Guidugli / Consultor y Periodista.
Miembro Federación Periodistas de la
ciudad di Madrid. Periodista y Opinionista
acreditado por la Federación Internacional
de la Prensa de Bruselas
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Articulista Invitado