Macron y los voluntariosos: la ópera bufa de una Europa sin rumbo

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*Andrea Guidugli

La Spezia, Italia.- A medida que la guerra en Ucrania entra en su tercer año, la imagen que proyecta Europa en la escena internacional se vuelve cada vez más patética y desconectada de la realidad geopolítica. En este escenario caótico, Emmanuel Macron ha decidido, una vez más, ponerse en el centro del escenario con una iniciativa que roza lo teatral y lo ridículo: la reunión de los llamados “voluntariosos” en Kiev. Esta ópera bufa no hace más que confirmar una vez más lo que ya muchos intuían: Europa ha perdido el rumbo, el liderazgo y, sobre todo, la credibilidad.

Un liderazgo imaginario

Emmanuel Macron ha intentado posicionarse como el gran artífice de una solución europea al conflicto en Ucrania. Se autoproclamó líder de una coalición de “voluntariosos” compuesta por figuras políticas como Keir Starmer (Reino Unido), Friedrich Merz (Alemania), acompañados a distancia por Ursula von der Leyen. Una constelación heterogénea sin poder real, sin legitimidad internacional y, sobre todo, sin un plan concreto.

La reunión tuvo como eje central la proposición de una tregua de 30 días entre Ucrania y Rusia, con la esperanza ingenua de que Moscú respondiera favorablemente. Como era de esperarse, el Kremlin desestimó la propuesta, condicionando cualquier alto al fuego al cese del envío de armas a Ucrania. El contraste entre la ambición declarada y la realidad palpable fue grotesco: los voluntariosos rugieron como leones pero actuaron como ratones.

Macron, protagonista de su propia farsa

La insistencia de Macron en proyectar una imagen de líder internacional es cada vez más desconectada de su posición real. Internamente debilitado en Francia, con una popularidad menguante y sin mayor respaldo parlamentario, busca en el exterior el protagonismo que ya no encuentra en casa. Pero sus esfuerzos chocan con una verdad incómoda: Europa no lo sigue, y fuera de Europa, nadie lo toma en serio.

Este impulso de Macron hacia el exterior recuerda a los movimientos desesperados de quienes, ante el fracaso doméstico, buscan consuelo en escenarios foráneos. Su propuesta de enviar tropas francesas a Ucrania fue una declaración tan temeraria como irrelevante, ignorando las consecuencias devastadoras que tendría un enfrentamiento directo entre una potencia nuclear europea y Rusia. Más que un acto de coraje fue una maniobra de distracción, una cortina de humo para tapar su impotencia.

Europa, un espectador irrelevante

Pero reducir el problema a la figura de Macron sería injusto. Lo que esta comedia pone de relieve es el fracaso estructural de la Unión Europea como actor geopolítico. Tres años de conflicto han dejado claro que Europa carece de una política exterior coherente, de medios diplomáticos eficaces y de voluntad estratégica.

Mientras Estados Unidos ha marcado el compás de la ayuda militar y económica a Ucrania, Europa ha quedado relegada al papel de comparsa. Se ha limitado a enviar armas, imponer sanciones a Rusia y seguir las decisiones tomadas en Washington. No ha habido ninguna iniciativa diplomática sólida por parte de Bruselas para intentar una solución negociada. La única constante ha sido la reacción, no la acción.

Este vacío de poder ha sido llenado por actores inesperados. Turquía, con Recep Tayyip Erdoğan a la cabeza, ha asumido un papel de mediador mucho más creíble y efectivo. No por afinidad ideológica ni por una política exterior ejemplar, sino por simple geografía, realismo y pragmatismo. Estambul se ha convertido en el lugar de encuentro entre Moscú y Kiev, desplazando simbólicamente a Bruselas del centro del tablero.

La falsa moral de la UE

Europa ha intentado compensar su impotencia estratégica con una narrativa moralista. Se presenta como defensora de los valores democráticos, de los derechos humanos y del orden internacional basado en reglas. Pero esa retórica, vacía de contenido cuando no va acompañada de acciones coherentes, ha empezado a generar escepticismo incluso dentro del propio continente.

La incoherencia es evidente: se defiende la soberanía de Ucrania mientras se toleran otras ocupaciones, se sanciona a Rusia mientras se comercia con otros regímenes autoritarios, y se predica la paz mientras se alimenta la guerra con armamento constante. La doble moral europea ha perdido el poder de convicción que tuvo en el pasado.

Trump, el elefante en la sala

En este contexto de parálisis europea, la figura de Donald Trump irrumpe de nuevo con fuerza. Aunque fuera del poder, el presidente estadounidense ha conseguido reintroducir el tema de la negociación en la agenda internacional. Sus métodos podrán ser polémicos, sus declaraciones provocadoras, pero su impacto es innegable.

Fue Trump quien rompió el estancamiento diplomático con declaraciones que, aunque no ortodoxas, obligaron a todos los actores a replantearse sus posiciones. Frente a la inercia europea, su enfoque crudo y transaccional logró lo que las soflamas morales de Bruselas no pudieron: reactivar el debate sobre una posible salida negociada al conflicto.

La posibilidad de un encuentro entre Putin y Zelensky en Estambul, si bien aún incierta, tiene más que ver con los gestos de Trump y la mediación turca que con cualquier iniciativa europea. La ironía es cruel: mientras Europa se desvive por proclamarse “actor global”, los verdaderos movimientos ocurren sin ella y a pesar de ella.

Una Europa sin brújula

La tragedia de Europa no es solo su irrelevancia geopolítica, sino su desconexión con la realidad del mundo contemporáneo. El continente parece vivir anclado en una visión nostálgica de sí mismo como centro de civilización, sin darse cuenta de que ese tiempo ya pasó.

Ni su poder militar, ni su peso económico, ni su población justifican ya la pretensión de liderazgo global. Y, lo que es peor, su falta de unidad política y su lentitud institucional la incapacitan para responder con eficacia a los desafíos del presente. El “cuarteto de Macron” es la metáfora perfecta de esta decadencia: dirigentes sin autoridad, sin mandato claro, sin respaldo social, jugando a la diplomacia con resultados risibles.

¿Qué papel quiere jugar Europa?

La pregunta fundamental es: ¿qué papel quiere jugar Europa en el nuevo orden global? Si aspira a ser algo más que un apéndice obediente de Washington debe asumir responsabilidades reales. Esto implica abandonar el infantilismo diplomático, reconocer sus debilidades estructurales y construir una política exterior basada en intereses comunes, no en gestos vacíos.

Europa debe entender que ya no basta con “querer hacer algo”; es necesario saber hacerlo, poder hacerlo y ser reconocida por otros como interlocutor válido. La voluntad sin conocimiento, como enseñaban los escolásticos, conduce al error. Y en el caso europeo, al ridículo.

Lecciones desde el sur

El resto del mundo —particularmente el Sur Global— observa con escepticismo el comportamiento europeo. Lo que en Bruselas se presenta como liderazgo, en muchas capitales del mundo se percibe como arrogancia disfrazada de buenas intenciones. Hay un creciente desencanto con Europa, vista como un actor hipócrita, que predica una cosa y practica otra.

El continente que durante siglos dictó las reglas del juego hoy se encuentra desorientado, aferrado a su retórica, pero sin la fuerza para imponerla. Es hora de que Europa se mire al espejo y acepte su nuevo lugar en el mundo: ya no es el director de la orquesta, apenas si ocupa un asiento en el auditorio.

Epílogo de una farsa

La “ópera bufa” de Macron y los voluntarios pasará pronto al olvido, como tantas otras iniciativas simbólicas sin consecuencias. Pero su valor reside precisamente en lo que revela: una Europa desnuda, sin proyecto, sin aliados y sin rumbo.

Mientras tanto, los tambores de guerra siguen sonando en el este de Europa, las víctimas se multiplican, y la posibilidad de una paz negociada sigue lejana. Y en este escenario, la ausencia de Europa no es solo una oportunidad perdida, sino una tragedia anunciada.

*Andrea Guidugli / Consultor y Periodista.

Miembro Federación Periodistas de la
ciudad di Madrid. Periodista y Opinionista
acreditado por la Federación Internacional
de la Prensa de Bruselas
Italia
Articulista Invitado

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